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¿Nuestra forma de ver el mundo corresponde con la realidad? ¿Las cosas son realmente tal y como las vemos? ¿Es nuestra realidad la única posible? ¿Pueden existir otras interpretaciones igualmente válidas? ¿Cambiar la forma en la que concebimos nuestros problemas influirá en nuestra manera de afrontarlos?

 

Con más frecuencia de la que desearíamos nos vemos sometidos a situaciones cotidianas que nos “amargan la vida”, situaciones que se dan en el ámbito de lo personal, en el entorno familiar, en el laboral o en el social.  En todos ellos surgen dificultades, discrepancias, conflictos, problemas, etc. que nos hacen reflexionar sobre la “bondad” del mundo que nos rodea, convirtiéndose así en una fuente generadora de pesimismo, tristeza, desesperanza, aflicción, sufrimiento, etc., y que, en ocasiones, ejerce una notable influencia sobre nuestra actitud y nuestras relaciones habituales con el entorno.

Estas situaciones pueden dar lugar a pensamientos negativos y perturbadores en el plano personal: “tengo miedo y vergüenza cuando me enfrento a estas situaciones, pero yo soy así, qué le voy a hacer, no puedo cambiarme”, “no le encuentro mucho sentido a mi vida”; en el familiar: “siempre estoy discutiendo con mis hijos, no conseguimos entendernos”, o bien: “mi pareja no me trata como me merezco”.

Pensamientos similares se dan igualmente en el trabajo o en las relaciones de amistad o de compañerismo: “mi trabajo es angustioso, pero es lo que hay, no puedo encontrar otra cosa”, o bien: “las reuniones con mis compañeros me parecen aburridísimas, pero no puedo evitarlas”.

 

¿Qué podemos hacer en estos casos?

Ante estas situaciones muchos se acogen al principio generalmente admitido de que “las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran”, asumen que no pueden cambiarse y se resignan a su suerte.

Pero adoptar y mantener una actitud pasiva y de aceptación ante ellas puede llevar a un deterioro progresivo de nuestras relaciones con el entorno, algo que deberíamos intentar evitar. Para ello es aconsejable que cuando nos encontremos ante alguna  de estas situaciones nos hagamos la siguiente reflexión:

Es cierto que, en la mayoría de las veces, los hechos que generan estas situaciones aflictivas son veraces e incuestionables; pero también es igualmente cierto que en algunos casos las cosas no son como nos parece a nosotros que son. Los hechos son como son, pero las causas y los efectos que nosotros les atribuimos pueden no coincidir con las verdaderas razones.

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Hay que tener en cuenta que estamos acostumbrados a una visión del mundo creada “a nuestra imagen y semejanza” y, en muchas ocasiones, ésta no se corresponde con la realidad. En este sentido, Albert Einstein señalaba:

“El hombre procura formarse una imagen adecuada y fácilmente aprehensible del mundo, con el fin de sobreponerla a la experiencia de la realidad, sustituyéndola hasta cierto grado por ella. Esto hacen, cada uno a su modo, el pastor, el poeta, el filósofo, el investigador de la naturaleza.

Hacia esta imagen y su elaboración desplazan lo principal de su vida sensible, buscando así la paz y la seguridad que no pueden encontrar en el círculo demasiado estrecho de su agitada experiencia personal.”

Por tanto, quizá la cuestión que deberíamos preguntarnos es: ¿Las cosas son realmente tal y como nosotros las vemos y entendemos?, y como complemento a ella: ¿Es nuestra visión de las cosas la única verdaderamente válida, o pueden existir otras versiones igualmente posibles?

La respuesta a estas dos cuestiones es simple:

Ni vemos las cosas tal y como son en realidad en numerosas ocasiones, ni lo que vemos es la única realidad posible.


Trataré de demostrar esta respuesta de una forma objetiva y práctica.

 

¿Las cosas son realmente como las vemos?

¿La visión que yo tengo de las cosas que me afectan es la auténtica realidad o es la que yo he creado atendiendo a lo que yo percibo y a cómo yo lo interpreto?

La ciencia nos da una pista, nos dice que todo lo que nos rodea, todo lo que hay en la Naturaleza (animales, vegetales y minerales) es incoloro, inodoro e insípido, y es el ser humano el que a través de sus sentidos le da color, sabor y olor a las cosas; luego está claro que interpretamos la naturaleza física a nuestra manera, incorporando cualidades que en realidad no tiene (color, sabor y olor) y cada persona la percibe de forma distinta según la sensibilidad de sus órganos sensoriales.

De la misma forma, podemos afirmar que los hechos que suceden a nuestro alrededor no son buenos ni malos por sí mismos, son neutros, y es cada persona, en virtud de lo que percibe de ellos y cómo los interpreta, la que le asigna un significado y una valoración.

Por tanto, podemos concluir que existe una realidad física concreta y única independiente del observador, y una “realidad psicológica” que genera cada persona a partir de ella asignándole una interpretación y un significado en virtud del contexto, de la cultura reinante y de los conocimientos, experiencias pasadas, emociones, expectativas futuras, etc. que la convierten en “su” realidad. En este mismo sentido lo expresó el filósofo Immanuel Kant (1724) a través de una metáfora brillante y didáctica:

“La experiencia elaborada por la sensibilidad es la fuente básica del conocimiento. Esta experiencia, sin embargo, se nos da, no como en Platón en el fondo de una caverna, sino en el centro de una torre, rodeada por una doble muralla. La muralla exterior nos pone en contacto con el mundo a través de cinco ventanas, que son los sentidos.

Pero estas ventanas están coloreadas por la  estructura misma de nuestra sensibilidad, que nos filtra la realidad y elabora una serie de imágenes marcadas ya por un tinte indeleble. En el centro de la segunda muralla se encuentra el entendimiento, que ordena esas formas en función de las categorías de que dispone, y que, de alguna manera, le son innatas. Conocemos, pues, la realidad, pero no en sí sino en mí.”

Es obvio que, en virtud de este razonamiento, nuestro interés debe focalizarse en la realidad psicológica, pues es ella el origen y la causa de nuestras aflicciones y no el hecho en sí, y dado que existe la posibilidad de que ésta no sea la auténtica realidad, deberíamos establecer una primera regla a seguir:

Aunque  los hechos son como son, quizá no sean lo que a mí me parece que son, por tanto, antes de asumirlos como ciertos debería reflexionar hasta qué punto mi “realidad psicológica” es coincidente con la “realidad física”, esto es, si las cosas tal y como yo las veo, son así en realidad.

 

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En la práctica cotidiana la cuestión sería preguntarnos si lo que pienso sobre algo, si las creencias que tengo sobre algún asunto, si lo que estoy viendo u oyendo, si la actitud o las palabras del otro, etc., significa realmente lo que yo creo o puede haber otra visión distinta a la mía, y hacernos reflexiones del tipo:

“¿La imagen que tengo de mí coincide con la que tienen los demás?”; “¿la intención agresiva que he captado en sus palabras y su actitud es la que él/ella realmente pretendía?”; “¿se comportan mis hijos igual en casa que fuera de ella”; “son mis compañeros tan aburridos como a mí me lo parece?…”

Es evidente que la realidad presenta muchos aspectos y no todos los tenemos en cuenta a la hora de captarla. Podemos ver un ejemplo de esto si nos centrarnos en la finalidad de las cosas, pues algunas de las situaciones que nos inquietan son intrínsecamente positivas y sin embargo muchas personas las ven como negativas. Así, el concepto de hospital tiene para muchos una connotación negativa, asociada a enfermedad, dolor, soledad, sufrimiento, etc.

Pero vamos al hospital después de haberse producido la enfermedad con el objetivo de curarnos, para restaurar nuestra salud, pues su función es esa. Entonces, si su finalidad es algo bueno, ¿por qué nos resulta desagradable? ¿No sería más lógico y sensato pensar que gracias a él recuperaremos la salud y cambiar a una connotación positiva? Si cambiamos la interpretación previa negativa nuestra estancia en el hospital será menos traumática y más llevadera.

Igualmente, a todos nos desagradan las preocupaciones por asuntos que nos inquietan, sin embargo, la preocupación es una “herramienta” de nuestra mente para que nos centremos en el problema que nos aturde y nos empleemos a fondo para solucionarlo y recuperar el equilibrio psicológico (el dolor psicológico tiene la misma función que el dolor físico: centrarnos en el problema para solucionarlo y restaurar la estabilidad del sistema).

Si su función es esa, ¿por qué vemos la preocupación como algo negativo, cuando en realidad es un mecanismo para afrontar un problema surgido por un determinado hecho que tiene o puede tener consecuencias nocivas? No podemos evitar que las preocupaciones surjan y nos perturben, pero sí podemos evitar que sean exageradas o injustificadas. Este planteamiento nos lleva a la segunda cuestión.

 

¿Es nuestra visión de la realidad la única verdaderamente válida?

Continuamente estamos viendo en los medios de comunicación que las opiniones sobre un mismo tema son diferentes y se justifican con una “visión” de las cosas desde ángulos distintos.

Si lo que entendemos por realidad depende de la percepción e interpretación, y ambos factores dependen de estructuras y procesos mentales singulares de cada persona, debemos aceptar que en el plano psicológico no existe una única realidad, algo que ya señaló en su día el filósofo griego Heráclito de Éfeso (544 a.C.):

“Dado que el camino que sube y que baja es el mismo, y la puerta que abre y que cierra también es la misma,  la realidad no presenta una única y homogénea perspectiva, sino que es más bien el resultado de una armonía tensa, como la del arco y la flecha”.

 

Para demostrarlo vamos a fijarnos en una situación que se produce habitualmente en un partido de fútbol:

Un aficionado que esté en un lateral del campo, otro que esté en el lateral opuesto y un tercero que esté detrás de la portería, verán la jugada del gol de forma distinta, pues su situación espacial es distinta. Sin embargo ¡la jugada es la misma! Cada espectador nos describirá la jugada en virtud de lo que está viendo y ello depende de su situación en el campo.

Si cada uno de ellos cambia a la situación de otro, al asiento del otro, esto es, si cambian su eje de referencia y las coordenadas espaciales, tendrán una visión de la jugada distinta a la que tenían, verán aspectos que antes no veían al tener nueva información del suceso, lo que hará que lo interpreten de otra forma (si era falta o no era, si era penalti o fuera de juego, etc.).

Lo más importante es que la nueva forma de verlo también sería válida pues la realidad sigue siendo la misma (la jugada del gol). Si cambian las coordenadas espaciales no cambiamos la realidad, sino la forma de verla, lo cual no contradice el principio de que “las cosas son como son”.

Desde un plano psicológico, si aplicamos este razonamiento a las múltiples “jugadas” a las que nos enfrentamos todos los días en nuestra vida cotidiana, ¿no sería mejor cambiar los “ejes de referencia psicológicos” y las “coordenadas mentales” (conocimientos, valores, creencias, motivos, etc.) por las que nos guiamos para interpretar las situaciones que nos afectan y sustituirlas por otras más adecuadas que nos den una imagen positiva de la situación en lugar de una negativa?

Si contemplásemos desde otras coordenadas mentales el concepto que tenemos de nosotros mismos, la relación conflictiva con los hijos, pareja, amigos y compañeros, puede que las situaciones que consideramos problemáticas dejarían de serlo. Esto nos marca una segunda regla a seguir:

Antes de juzgar la situación problemática a la que me enfrento debo preguntarme: ¿Estoy utilizando las “coordenadas mentales” adecuadas para tener una visión fiel de la misma y juzgarla con ecuanimidad?

 

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Si nuestra respuesta a esta pregunta es negativa, la cuestión que se nos plantea entonces es: ¿Podemos cambiar los “ejes de referencia psicológicos” y las “coordenadas mentales” para crear una visión distinta de tales situaciones que nos permita establecer una relación más satisfactoria y acogedora con nuestro entorno vital?

Al igual que podemos cambiar artificialmente el color, el sabor y el olor de las cosas, ¿por qué entonces no podemos hacer lo mismo con las situaciones problemáticas que nos afligen y crear una interpretación particular de la realidad física más acoplada a nuestras expectativas?

Es obvio que no podemos cambiar los hechos ya ocurridos, pero sí podemos cambiar la forma de verlos. Las leyes de la Naturaleza no nos permiten volver atrás en el tiempo y cambiar los hechos, pero ha dotado a nuestro cerebro de la capacidad para adaptarse a las circunstancias del entorno mediante el mecanismo de la plasticidad neuronal.

En este sentido, si no podemos actuar sobre los hechos perturbadores que tienen lugar en los ámbitos en los que se desarrolla nuestra vida: personal, familiar, laboral o social, la plasticidad neuronal nos permite al menos cambiar la forma de interpretarlos, de calificarlos, de atribuir responsabilidades y culpas, etc., lo que puede abrirnos el camino a otra forma de “vivirlos” menos desagradable.

Pero no se trata de “diseñar” o crear mentalmente una “versión amable” ajena a los hechos reales, lo que podría confundirse con una actitud neurótica en la que la persona crea un mundo subjetivo con su imaginación que es distinto del mundo real en el que vive.

Se trataría de crear una realidad “psicológica” distinta sobre los mismos elementos fácticos de los sucesos que nos afectan para que no se conviertan en fuente de perturbaciones emocionales (enfados, malestar, impotencia, odio, frustración, etc.) que nos incapaciten para disfrutar de lo que el entorno nos ofrece.

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Conclusión

Al configurar nuestra realidad sobre cualquier suceso nos servimos de nuestros criterios y valores para interpretarlo y juzgarlo, esto es, configuramos la realidad “a nuestra imagen y semejanza”, pero puede que tales criterios y valores nos impidan ver la realidad tal y como es, por tanto, si cambiamos estos criterios y valores (las coordenadas mentales) aparecerá una nueva realidad psicológica.

De lo que se trata, en definitiva, es que nos veamos a nosotros mismos y a nuestro entorno de otra forma, y esto hará que cambie nuestra actitud y la manera de relacionarnos con él para que nuestra vida sea más agradable y satisfactoria.

Para conseguir este objetivo deberíamos diseñar un marco de referencia psicológico y unas coordenadas mentales basadas en él con las características adecuadas que nos permitan tener una relación con los elementos de nuestro entorno lo más armoniosa y equilibrada posible.

En el próximo artículo hablaré más a fondo de los ejes de referencia psicológicos y de las coordenadas mentales para que cada uno pueda organizar su propio sistema.

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