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¿Sabes decir no? No, una palabra que a simple vista puede parecer inofensiva, tan corta y sencilla, y sin embargo entraña tanta dificultad. Pues, ¿quién no ha aceptado alguna vez algo con lo que no estaba de acuerdo? ¿Quién ha hecho un favor aun a sabiendas de que no debería o no podría hacerlo?

 

En ocasiones –demasiadas–, le damos el “OK” a términos y condiciones sin tan siquiera pararnos a reflexionar sobre lo que nos están pidiendo y lo que nuestra aceptación conlleva. ¿Qué nos están pidiendo exactamente? ¿Qué estamos dispuestos a dar?

Son preguntas que no solemos hacernos. Simplemente decimos que sí. Y después es posible que nos arrepintamos. “Tenía que hacerle dicho que no” ¿Quién no lo ha pensado alguna vez? Y nuestro propósito es negarnos la siguiente vez que alguien nos pida algo semejante, pero lo que ocurre es que volvemos a aceptar. ¿Por qué? Esa es la primera pregunta que debemos respondernos.

 

¿Por qué nos resulta tan difícil decir no?

Desde la infancia, desarrollamos la capacidad para negarnos, para rebelarnos ante nuestros padres en primer lugar, y ante el resto del mundo después. Es una forma de afirmarnos, de comenzar a saber quiénes somos mediante nuestra distinción con respecto a los demás, de defendernos ante la invasión constante del entorno.

Es una estrategia que ya hemos aprendido y que más tarde, en la adolescencia cobra aún más fuerza. Sin embargo, a esta edad comienza nuestra transición hacia la adultez y como tal asumiremos responsabilidades, lo que nos dificultará negarnos. Nos planteamos cuáles son nuestras prioridades y los costes y beneficios que nuestras acciones tendrán, sobre todo en relación con los demás.

¿Qué es más importante hacer caso a mis padres o salir un rato con los amigos? ¿Cuáles son las consecuencias de decirlea mi jefe que no trabajaré en mi día libre? ¿Puedo asumirlas? Los dilemas se solventan teniendo clara nuestra jerarquía de prioridades, sabiendo cuáles son las consecuencias que tendrán nuestras decisiones y eso implica cometer errores a veces. A partir de los cuales aprenderemos.

El problema aparece cuando nuestras prioridades están influenciadas por nuestros miedos o creencias.

Miedo a disgustar al otro, a que nos critique o a que nos rechace. Miedo al conflicto, a perder oportunidades o a que nos consideren egoístas. Como medio para evitar el sentimiento de culpabilidad posterior o para conseguir aprobación y reconocimiento. Nuestros dilemas, por tanto, serán más difíciles de resolver.

¿En qué situaciones nos resulta difícil decir no? ¿Ante quién? ¿Aceptamos porque estamos de acuerdo con lo que dice la otra persona, porque tenemos miedo de que cambie su opinión sobre nosotros, lo hacemos sistemáticamente con todos? Con estas preguntas pretendemos descubrir qué creencias hay detrás y nos están impidiendo decir “no”.

 

¿Por qué a unos les cuesta más que a otros decir no?

Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta que nuestra capacidad para decir no está íntimamente relacionada con nuestra autoestima, de modo que tener una autoestima más baja nos hará más susceptibles de tener miedo a los juicios de los demás y, sobre todo, a que nos rechacen.

Precisamente por ello, ante la posibilidad de que eso pueda pasar, aceptaremos cualquier petición que nos hagan, ya que de ese modo nos aseguraremos su aprobación o su cariño. En definitiva, tendemos a aceptar para ser aceptados.

No obstante, el hecho de que siempre aceptemos las opiniones, sugerencias o propuestas de los demás provoca que aquellos que nos rodean se acostumbren a ello y, por tanto, se creará una expectativa y después cambiarlo resultará más difícil.

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¿Qué nos estamos negando cuando no nos negamos?

Aunque en un primer momento pueda parecer un trabalenguas, detengámonos por un momento en esta pregunta, porque cuando no decimos que no a algo, estamos rechazando otras cosas: más tiempo para nosotros, nuestra familia y amigos, nuestros hobbies, el trabajo… consecuentemente, aceptamos más agobio y más preocupaciones.

Asimismo, al contrario de lo que pudiéramos desear, también estamos renunciando a ser valorados. Nosotros y nuestras necesidades. Pues si nosotros no somos capaces de darles importancia y hacernos respetar, otros tampoco lo harán.

Algunos mitos que acompañan a nuestra dificultad para decir no son:

          MITOS  REALIDAD
 

Estoy siendo egoísta.

Si fueras egoísta siempre estarías cuidando sólo de ti mismo y nunca te sentirías culpable por decir “no” a alguien. Lo que estás haciendo al decir “no” es cuidarte, saber cuáles son tus prioridades, qué puedes ofrecerles a los demás y qué no, y eso no es ser egoísta.

 

 

Si le digo no, dejará de ser mi amigo.

Los amigos están en las buenas y en las malas, pero también comprenden cuando no es posible hacer un favor, sea por el motivo que sea. Si realmente esa persona es tu amiga, lo entenderá.

 

 

Tengo que aceptar para que no me deje, no me despida…

Una relación, ya sea personal o profesional, no debería basarse en hacer cosas con las que no estás de acuerdo por miedo a las represalias. Antes de decir que sí, piensa si existen otras posibilidades, si puedes hablar con la persona y llegar a un acuerdo.

 

 

Si ahora digo que no, me arrepentiré, nunca más volveré a tener una oportunidad como esta.

No coger este tren no significa que nunca más vuelva a pasar otro. De hecho, al no coger un tren del que no estamos seguros, dejamos la posibilidad abierta de poder subirnos a los que puedan venir en el futuro. Esto tampoco quiere decir que tengamos que negarnos a todas las oportunidades que surjan, sino que debemos ser coherentes con nosotros mismos, sino, nos sentiremos insatisfechos.

 

 

Diré que sí, si no, después me sentiré culpable.

Es probable, sobre todo al principio de cambiar nuestro constante sí por un no, que nos sintamos intranquilos, le demos vueltas y nos castiguemos por ello, aunque estuviéramos seguros de nuestra decisión y ésta fuera lógica.

 

¿Cómo decir no de un modo adecuado?

Recordando todo lo anterior y manteniendo un tono de voz tranquilo, comenzaremos, en caso de ser posible, valorando la oferta, reconociendo la opinión del otro o agradeciendo que nos hayan elegido a nosotros para hacer el favor, es decir, allanaremos el terreno antes de negarnos, tratando de evitar expresiones de culpa.

Con un simple lo siento basta. Sé honesto cuando expongas los motivos por los que no puedes hacerlo. Y, por último, trataremos de llegar a un acuerdo o expondremos otras alternativas.

No pongas excusas ni mientas. Recuerda que no tienes por qué dar explicaciones si no quieres.

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