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La violencia obstétrica es ese tipo de violencia invisibilizada que sufren las mujeres durante su embarazo, parto y posparto.

Existen muchas formas de ejercer violencia obstétrica, aquí te explicamos cuáles son y qué puedes hacer si te sientes identificado con alguna de ellas.

Muchas mujeres sufren este tipo de violencia, y todas tienen en común el sentirse humilladas, infantilizadas, indefensas frente a un sistema de salud que no las está protegiendo, ni teniendo en cuenta.

Iraide, Cristina, Joana, Mar y María, son solo cuatro casos de mujeres que deciden quedarse embarazadas con la ilusión de tener a su hijo/a entre sus brazos, pero resulta que su experiencia fue distinta a como imaginaban.

IRAIDE, 46 años. Pamplona.

Mi primar parto fue cuando tenía 25 años.

“El médico era bruto en las exploraciones, hacía mucho daño cada vez que te hacia un tacto.

Todas mis amigas y compañeras que estaban embarazadas me comentaban que también recibían ese trato y yo lo normalicé. Parecía que estar embarazada incluía que el médico te tratase mal, que te dijera cosas con un tono infantil.

Mi parto empezó un domingo, fue todo muy rápido a las 7h perdí el tapón mucoso. Como era domingo mi ginecólogo no apareció hasta 30 min antes de empezar el trabajo de parto, mientras había un chico joven muy amable.

Me rasuraron, me pusieron un enema, me obligaron a tumbarme y estar quieta. Me sentí como una vaca. Entraban, dejaban la puerta abierta y me hacían de todo.

Me bajaron a quirófano y no dejaron que mi esposo entrase, hasta que yo tuve que insistir para que le dejasen estar.

Me hicieron episiotomía, sin miramiento de ningún tipo, sin anestesia, sin epidural, tardé meses en recuperarme de esos puntos. Pero más que eso, era como te trataban, me decían “gorda, empuja”. En cuanto nació mi hijo, mi ginecólogo se fue con él, y el médico joven me hizo la sutura, sin anestesia.

El dolor físico pude soportarlo y superarlo, pero la falta de respeto y el como me trataron fue lo que me marcó porque parecía que tenía que portarme bien y “si te duele que no se note”.

Mi segundo parto, fue con 40 años.

Había bloqueado todos los recuerdos de mi primer embarazo y parto y no fue hasta quedarme embarazada que empezaron a volver a mi memoria en forma de miedo, como un estrés postraumático. En esta ocasión no quería parir en el hospital porque tan solo el hecho de recordarlo, hacia que me pusiese a llorar desconsoladamente.

Por eso quería parir en casa, iban a venir 3 matronas a mi casa, con una piscina para la dilatación o si quería parir en el agua. Me sentía muy tranquila con esa dinámica, y me daba ansiedad pensar en tener que ir al hospital y volver a tener esa experiencia.

Pero me hija se adelantó 3 semanas y tuve que irme al hospital, tenía tanto miedo que si estaba fuera del hospital tenía las contracciones normales y en cuanto entraba se paraban en seco.

La ginecóloga que me atendió, no entendía porque las contracciones paraban, querían ponerme oxitocina para acelerar el parto, pero yo me negué en un principio, al final me la pusieron por protocolo a las 18 horas.

Quería un parto sin epidural, me llevaron a la sala de dilatación, y respetaron mi plan de parto, junto con mi esposo. Las matronas y la ginecóloga que me atendieron fueron muy amables y comprensivas. No me hicieron episiotomía, ya que no fue necesaria.”

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CRISTINA, 34 años. Oviedo.

La primera vez que me quedé embarazada tenía 32 años, pero a las 8 semanas empecé a tener perdidas y esa misma noche la cosa fue a más. Cuando llegue al hospital me dijeron que no había nada que hacer, que me quedaría ingresada y al día siguiente me harían una ecografía a ver si lo había expulsado todo sola y si no tendrían que hacerme un legrado.

El disgusto fue enorme, no podía dejar de llorar. La enfermera que estaba allí empezó a decirme que a ver si dejaba de llorar, que había más gente en esa habitación y no las dejaba dormir. Que tampoco era para tanto, que por el mismo sitio que había hecho a ese bebe, podía hacer más; “mujer, no seas exagerada que tampoco es el fin del mundo”. En ese momento solamente me sentí incomprendida y humillada, no sabía lo que era la violencia obstétrica.

Pasaron unos meses y me volví a quedar embarazada y esta vez todo fue bien y empecé la preparación al parto. Tuve la suerte de tener una matrona que durante todo el curso empezó a concienciarnos de la realidad de lo que nos íbamos a encontrar en el momento del parto. De lo innecesario del enema, de la episiotomía o de maniobras contraindicadas por la OMS como la de Kristeller. De todas las maniobras horribles yo elegí que no quería que me hiciesen la maniobra de Kristeller, bajo ningún concepto.

La noche que me puse de parto, intenté aguantar en casa todo lo que pude, para minimizar las intervenciones. Pero no aguante lo suficiente. Cuando llegue solo estaba dilatada 4 cm y a partir de ahí fue un no parar. Me lo hicieron todo: enema, rasurado, rotura de bolsa, oxitocina, un completo, vaya. No me importo demasiado, yo iba a pelear por evitar la maniobra de Kristeller.

Al llegar el momento del expulsivo, cuando me pasaron al paritorio, ya eran algo más de las 8h y estaban haciendo el cambio de turno. No podría precisar el número exacto de personas que entraron y salieron de aquel paritorio y metieron la cabeza entre mis piernas, pero seguro que no fueron menos de 15. Sin previo aviso, y con toda esa gente hablando, alguien me dio un corte porque decía que la niña no cabía y que además no “bajaba” y tenían algo de prisa porque se les estaban acumulando muchos partos a esas horas.

Entonces vi como una de las mujeres que estaban allí cogía un banco de madera y lo ponía al lado de la camilla y dije: “no, no” “¿Qué me vas a hacer?” dijo que iba a ayudarme. Volví a negarme, me revolví y entonces otras dos mujeres me sujetaron las muñecas para que no pudiera moverme. Les dije que me dejaran ponerme de pie, que me cambiaran de postura, que haría lo que fuera pero que aquello no me lo hicieran. Me dijeron que era imposible, que había que hacerlo sí o sí, que si tardaba en salir podía haber sufrimiento fetal. A todo esto, mientras hablaban, una de ellas ya me estaba metiendo el codo en las entrañas. Fue un dolor insoportable, sordo, desgarrador.

Y a los pocos minutos nació mi niña, pero ahí no acabo todo. Me la enseñaron sin dejarme cogerla. Me la acercaron para que le diera un beso y alegando que tenía frio se la llevaron. Pasaban de mí, hablaban entre ellas y era como si yo no existiera. Terrible.

Durante todo el parto, una chica se pone a darme los puntos y en mitad de proceso le suena el móvil. Lo coge con una mano y se lo sujeta entre la oreja y el hombro y ¡sigue cosiendo!, hablando y descojonándose de risa y para mi asombro cuando cuelga, dice: “uy! Que se me ha ido la mano, tengo que descoser y empezar otra vez”. Parecía que la tortura no iba a terminar nunca.”

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JOANA, 29 años. Alicante.

“Salía de cuentas el día 10, y el día 16 me dijeron que el niño ya pesaba 3,800kg, me dieron cita para programar el parto el 27, ese día por la noche empecé con contracciones, y a las 23h30 me pasaron a la sala de dilatación.

A las 00h30 rompo aguas, me ponen la epidural, me dicen que descanse que el parto va a ser complicado. A las 6h me dicen que ya estoy de 10cms que empuje para ver como baja el bebé. Empiezo a empujar y cuando ya se le ve la cabeza, me piden que pare de golpe porque se le pierde el latido, la matrona sale gritando de manera escandalosa por lo que yo me asusto bastante. Entran 3 personas más y todo sucede muy rápido y nadie me explica nada, me pasan un tubo por encima, me tocan mucho la barriga, me miran las constantes, y cuando su pulso es normal las 3 chicas se van. Me comentan que seguramente tenga vueltas de cordón, y que me espere hasta las 8h30 que es el cambio de turno que es mejor parir a esa hora. Me dicen que cuando me venga una contracción que no empuje porque puedo hacer que le bajen las pulsaciones al bebé.

Me dejan sola con mi marido y cada vez que me venía una contracción yo tenía mucho miedo de empujar. Pasé las 2 horas aterrada.

A las 8h30 aparecen dos matronas y un ginecólogo, me dicen que el niño está sin oxígeno, por haber estado tantas horas preparado para parir en la pelvis, me dicen que coja mucho aire, mucho aire, cuando se recupera, me llevan a paritorio.

Me dicen que van a intentarlo una vez más de forma natural y sino utilizarían instrumental. Antes de empujar me aprietan la barriga, haciéndome la maniobra de Kristeller, pero el niño no sale.

Al no salir el niño me dicen, “no hagas nada, mira el techo, nosotros nos encargamos”, sin avisar me hacen una episiotomía de 8cms, me pusieron palas y fórceps, cuando sacan al niño, nadie me dice nada, el niño no llora, avisan a mi marido y se van las matronas y mi marido con el niño. El ginecólogo a pesar de yo preguntarle varias veces si todo estaba bien, no me contestaba y solo me cosía.

Yo solo pensaba que lo había hecho mal, que mi bebé no estaba bien y que se habían llevado a mi marido para contárselo. Hasta que de lejos le oí llorar y toser, y ya ahí me dijeron que todo estaba bien que tenía un bebé precioso, me lo pusieron encima, pero yo no podía dejar de llorar.

El niño nació en la semana 41+6 y tuve un parto horrible, con muchísimos puntos tanto internos como externos y con el suelo pélvico destrozado. Supe más tarde que no era normal que me programaran el parto tan tarde al haber salido de cuentas el día 10 y viendo que el niño era tan grande.

Cuando estuve ingresada se pasó una ginecóloga distinta a la mía a hacerme la revisión, y a pesar de que yo le decía que por favor tuviese cuidado que me dolía mucho ya que tenía muchos puntos, ella solo me decía “venga que esto lo tienes que pasar sí o sí, anda venga chica, que no es para tanto, lo tienes que pasar igualmente, venga abre las piernas”.”

 

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MARÍA, 33 años. Sevilla.

“Fui al hospital por la noche y la matrona a pesar de yo decirle que me dolía mucho, sin anestesia local ni nada me metió la mano, yo llorando suplicándole que parara un momento y me decía “esto es lo que hay, si se ha quedado embaraza es lo que hay”, nos quedamos paralizados, cuando quito la mano me puse a sangrar muchísimo y me puso en monitores durante 1h. Cuando me levanté de la camilla no podía ni andar, la matrona me había forzado el parto, despegándome la membrana sin decirme nada.

Al día siguiente estaba de 2cms me dejaron en planta pensando que iba a tardar mucho en dilatar, pero a los 45mins ya estaba de 9cms, me pusieron la epidural y me dejaron 2hs intentando que empujara.

Me llevan a paritorio y se dan cuenta que la niña no tenía la cabeza encajada, y ahí de repente la ginecóloga se empieza a tirar en plancha encima de mi barriga (maniobra de Kristeller) hasta el punto en que me puse a vomitar porque no aguantaba más.

Mientras había una chica de prácticas con un bisturí en la mano diciendo “el bebé no sale, hay que cortar” y la ginecóloga gritándole “no por ahí no, sino esta chica no vuelve a tener relaciones sexuales, no por ahí tampoco” hasta que la matrona paró y me realizó ella la episiotomía; en ese momento me sentía indefensa y manipulada como si yo no tuviese ni voz ni voto en mi propio cuerpo.

Después de 1h, me comentan que tienen que utilizar fórceps para que la niña tenga que salir, yo dije que no quería que hicieran eso y que me diesen la oportunidad otra vez, empuje con todas mis fuerzas y la niña salió.

Estuve 1h30 más en paritorio porque me estaba desangrando, no sabían como coserme, entraron 5 personas y todas una por una me intentaron coser, pero yo no paraba de sangrar, estaba medio desmayándome, al final lo consiguieron, pero cuando estaba casi acabando tuvieron que volver a hacerlo porque se les había olvidado una gasa dentro.

Antes de subirme a planta me comentan que tiene que hacerme un hemograma ya que había perdido mucha sangre, cuando me subieron se lo comenté a la enfermera y me dijo que como era un domingo que no podían hacer nada, porque los domingos no se hacían pruebas. Estuve todo el día medio inconsciente, muy mal.

Lunes: pasó el ginecólogo, le dije que me tenían que hacer un hemograma y me dice “anda, anda, si ha sido un parto natural no hace falta, seguro que son las cervicales”. No me quiso hacer nada. Por la tarde, perdí la audición, tenía pitidos en los oídos.

Martes:  volvió a pasar el mismo ginecólogo, cada vez me encontraba peor, le insistí muchísimo en que necesitaba un hemograma, y cuando supo a que era química fue cuando me hizo caso y accedió a realizarme la prueba. A las 4h aparece diciendo que me pusieran bolsas de hierro que tenía anemia, estuve 1 semana en el hospital ingresada.

Miércoles: aparece otro ginecólogo, le digo que me duele mucho y me dice “anda, anda, seguro que no te duele tanto”, ese mismo día las enfermeras me hacen sentarme y levantarme, les digo que no puedo que me duele todo el cuerpo, delante de mi familia me sueltan “anda, no exageres, si con un parto natural a los dos días estás estupenda, eso es que no tienes interés en mejorar”; entonces me levanté y al instante me hice pis encima y me desmayé, me sentí avergonzada y humillada.

Salí de ahí traumatizada, temo quedarme embarazada de nuevo.”

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Mar, 35 años. Lleida.

Cuando me quedé embarazada, decidimos que el parto sería natural y en casa, pues estábamos muy informados de las atrocidades y deshumanización que existía en el proceso medicalizado de los partos en los hospitales.

Visitamos diferentes casas de parto, y finalmente escogimos a dos comadronas de Igualada, con años de experiencia.

Durante todo el embarazo fui atendida por una tocóloga de la seguridad social. Fue maleducada con nosotros en todas y en cada una de las visitas en que nos asistió.

Casi nos dejó ni percibir el latido la primera vez que lo evaluó y a penas respondía a nuestras dudas, ya que parecía que no éramos dignos de sus respuestas.

En la semana 37 del embarazo se me presenta una contracción inaguantable en el vientre, y se mantiene en el tiempo, como si de un nudo se tratase.

Contacté con las matronas y me dijeron que era imposible que fuera parto, seguramente era un cólico y me dijeron que fuera al hospital más cercano. Allí, me pusieron las correas y resultó que estaba iniciado el proceso/trabajo de parto.

Notifiqué a la ginecóloga mi intención de parir en casa, y desde ese momento el trato fue despectivo y rápidamente me trajeron los papeles para un alta voluntaria.

Con toda la información, fui a la casa de partos que tenía contratada, pero seguían segurísimas de que yo no estaba de parto y de que era una exagerada con los dolores.

Me dijo que lo sentía pero que no podía quedarse con nosotros esa noche, ya “que yo no estaba de parto” y ella tenía guardia a la mañana siguiente en el hospital, así que me mandó de nuevo para casa.

Los dos días posteriores estuve con dolores muy fuertes y al despertarme el sábado vi que había roto aguas. Las contracciones se aceleraron y cada vez eran más dolorosas y las aguas, empezaron a salir de color rojo y con más frecuencia.

Llamé a las comadronas y después de volver a ponerlo todo en duda, me invitaron a ir al hospital por si, en vez de estar de parto, era un desprendimiento de placenta.

Cuando llegué al hospital, me metieron en un box de urgencias en silla de ruedas. En cuestión de segundos me vi sola y rodeada de una decena de estudiantes universitarios.

Me movieron de la silla de ruedas a la camilla en medio de una contracción y en medio de la siguiente contracción me dejaron completamente desnuda.

Nadie sabía el porqué de mis gritos hasta que una enfermera dijo: -no la mováis, está con contracciones y en expulsivo.

Alguien mandó a un camillero novato a que me llevara al paritorio, pero para acortar camino fue por el ascensor público (en vez del interno) donde todo el mundo que esperaba para entrar en consultas médicas pudo verme, medio desnuda, apenas tapada con una sábana… mientras él chocaba con paredes y puertas del edificio durante mis contracciones que volvían a parecer de expulsión.

Una vez en el paritorio, me tumbaron en la camilla de parto, y parece que el tiempo se paró… nadie se dirigió a mí ni me explico nada…

Por unos instantes me quedé sola y noté como mi cuerpo se quedaba en stand by… como congelado… y sin mediar palabra, vi como un hombre sin presentarse ni mediar palabra, se puso delante de mis piernas y me aplicó un dolor horrible… por lo que pude percibir me estaba apretando por la vagina para que los deshechos de mi intestino salieran por el ano, le dije que parara pero me contestó que era por protocolo.

No sé cuánto tiempo pasó… creo que también me rasuró…

Entonces escuché que me decía: -Venga empuja!

Mi cuerpo se había parado por completo. Le dije que no podía empujar, que no tenía contracciones, que mi parto se había parado. A lo que me contestó de malas maneras: -Pues así no hacemos nada. Sacarla del paritorio.

Me llevaron a una sala con otras parturientas donde me administraron, sin mi consentimiento, una vía con oxitocina para reactivar mis contracciones. Entonces empecé a notarme en un estado semi-ausente entre placer y dolor… Enseguida me llevaron a paritorio de nuevo.

Entre contracción y contracción vi al comadrón sacar unas tijeras y le grité que no se le ocurriera cortarme y que me dejara cambiar de postura, que yo necesitaba ponerme a “cuatro patas”, porque mi cuerpo me lo pedía y me contestó que no y que tenía que cortar porque no dilataba. Y aunque me negué, en la siguiente contracción, y como a traición, me cortó.

Seguidamente en la siguiente contracción sentí como salía la cabeza y el resto del cuerpo, al mismo tiempo que sentí como si algo en mi sacro se fracturara (lo que dio lugar a mi actual hernia discal).

Me acercaron a mi bebe, y yo me lo quedé mirando, extraña, incrédula y me tuvieron que decir que lo cogiera, porque yo no reaccionaba ya que me había quedado bloqueada, anclada en la episiotomía.

Lo siguiente ya casi poco me importaba, y recuerdo poco, porque en ese momento lo único que sentía era que ya tenía a mi pequeño y que estaba bien. Cuando me cosieron, con anestesia, llamaron a mi pareja para enseñarle lo bien que había quedado todo como si nada hubiera pasado.

Al encender el móvil, tenía decenas de llamadas de las comadronas que pretendían acompañarme en el postparto… imagino que, para no perder el dinero cobrado, y para subsanar una negligencia, totalmente denunciable.

Me sentí denigrada, vulnerada… violada. Nunca sabré cuantos puntos me dieron ni si me dieron de más, ni si podía haber hecho algo para defender mi plan de parto (que en ningún momento me pidieron ni miraron), mi cuerpo, mi dignidad y mis derechos.

En el parto, una madre, lo único que quiere, es que su hijo salga bien… y juegan con tu miedo.

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Muchas gracias a estas mujeres luchadoras que desgraciadamente han sufrido este tipo de violencia, por ofrecerse a contar su historia y así dar visibilidad a estas situaciones.

Si te sientes identificada con alguno de estos testimonios, y crees que necesitas ayuda, nosotras podemos ayudarte.

  Sara Dos Santos.

Serendipia Psicología

Serendipia Psicología es un centro de psicólogos en valencia donde te ofrecemos ayuda psicológica profesional y donde podrás encontrar solución a gran variedad de problemas. Te ofrecemos un centro acogedor, familiar y de fácil acceso.

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